Luis Moreno y Nuria Carmona.

Familias colaboradoras: el calor de un hogar

El 24 de febrero de 2022, tropas rusas cruzaron la frontera con Ucrania en varios puntos e invadieron el país vecino tras meses de tensiones y acumulación de fuerzas militares. Esta invasión, que dura ya dos años y medio, continúa en varios puntos del país, al igual que los bombardeos sobre las ciudades ucranianas, prolongando la incertidumbre y el exilio de millones de desplazados.

Al inicio del conflicto le siguió una ola de solidaridad en diferentes países, entre ellos España, y se desarrollaron numerosas iniciativas de voluntarios centradas en ayudar a la población ucraniana desplazada.

En España, numerosas familias colaboraron a través de donaciones económicas o de materiales, como alimentos, mantas y ropa, y otras muchas abrieron las puertas de sus casas para cobijar bajo su techo a quien lo necesitara. Este fue el caso de la sevillana Nuria Carmona y su familia, que, en su empeño por ayudar, acogieron en su hogar a dos hermanas que entonces tenían 13 y 8 años.

La economista y psicóloga infantil Nuria Carmona y su familia, formada por su marido Luis Moreno, y sus dos hijos, tenían claro cuando comenzó la invasión rusa a Ucrania que ellos querían ayudar de manera activa, no sólo con donaciones, sino que querían dar un paso más. Por esta razón, se pusieron en contacto con varios organizaciones y asociaciones hasta que una de ellas les propuso participar en la reunificación familiar de dos hermanas menores de edad, una de las cuales estaba en ese momento viviendo en Málaga y la otra, en Cádiz.

“Las niñas llegaron a nuestra casa en junio de 2022 y estuvieron viviendo con nosotros hasta octubre de ese mismo año. Tanto mi marido como yo las acogimos como si fueran nuestras hijas y en casa se forjó un vínculo muy especial con ellas. Las escolarizamos en el colegio de nuestros hijos, las llevamos al dentista, les compramos ropa. Eran unas hijas más nuestras. De hecho, ellas nos llaman papá y mamá”, explica Nuria Carmona.

“Decidimos dar el paso porque mi propósito de vida es ayudar a los niños. Para mi era brutal pensar que un niño, por culpa de una guerra, se hubiera visto obligado a separarse de sus padres y marcharse a otro país. Donar ropa o dinero, a mí, se me quedaba corto, por eso decidimos acoger a un niño”.

Las dos niñas que Carmona acogió no sólo tuvieron que abandonar su casa y a sus padres, que se quedaron en Ucrania. También fueron separadas de sus otros dos hermanos, que fueron trasladados a la Comunidad Valenciana. Además, cada una de ellas fue a una provincia andaluza distinta.

Carmona es economista, pero después decidió estudiar Psicología y especializarse en los niños, pues percibió “que había mucha necesidad en la infancia tanto en la educación en las escuelas como a nivel de apoyo emocional y gestión de las emociones, algo que no nos enseñan en ningún sitio”. “Pasando yo mi propia crisis, me di cuenta de estas necesidades y de lo importante que es que desde pequeños recibamos esta ayuda”, continúa Carmona, que, además de ser mentora de liderazgo, creó hace 20 años el Centro de Psicología y Arteterapia Canuca, el cuál dirige y en el que atiende a personas que necesitan un apoyo psicológico para gestionar su mundo emocional.

Durante el verano de 2022, las dos niñas ucranianas se integraron tanto en la familia Moreno Carmona como en el barrio en el que viven, pero, con el tiempo, la sevillana empezó a percibir en las menores, especialmente en la mayor, una serie de comportamientos y “cosas raras”. “Conseguí que se abrieran y hablaran conmigo hasta que identifiqué una situación de desamparo muy grave en su familia de origen”, señala Carmona. “Con la única intención de ayudarlas, me puse en contacto con los servicios sociales de mi municipio y denuncié dicha situación. Las niñas entraron rápidamente en el Sistema de Protección de Menores de la Junta de Andalucía y de un día para otro tuvieron que abandonar nuestra casa y marchase a un centro de acogida. Fue un golpe muy duro. Nosotros sólo queríamos ayudarlas, sobre todo si algún día debían regresar a su país de origen. En ningún momento pensamos que nos las quitarían, que ya no vivirían con nosotros. Fue todo tan rápido, que no pude explicarles bien qué estaba pasando y cuál era la situación, por lo que ellas se sintieron abandonadas, y nosotros, desde entonces, no paramos de luchar para poder verlas de nuevo”.

Fue así como la familia de Carmona pasó de ser una familia de acogida a colaboradora. “La Junta de Andalucía trasladó a las niñas a un centro de menores gestionado por Fundación SAMU, pero eso lo supimos después. Al no tener ningún vínculo familiar con ellas, no podíamos contactar con las niñas, no éramos nadie”, cuenta la mujer. “Estuvimos nueve meses luchando para poder, al menos, hablar con ellas por teléfono hasta que la Asociación Paz y Bien nos habló de la figura de las familias colaboradoras y que todo el mundo podía hacerlo”.

El espacio más idóneo para que se desarrolle la vida de las niñas, niños y adolescentes es en el seno de una familia, por ese motivo, desde los Servicios de Protección de Menores se da prioridad a las medidas que suponen la integración familiar de los menores, frente a la convivencia en un centro de protección.

Estas medidas de integración familiar pueden ir desde el retorno del menor a su núcleo familiar de origen, a proporcionarles algún recurso alternativo como puede ser el acogimiento con otros miembros de su familia o con una familia ajena, o incluso la guarda con fines de adopción.
No obstante, hay muchos menores que por diversos motivos viven en centros de protección, ya sea de forma temporal o más estable en el tiempo, que también pueden beneficiarse de la convivencia con una persona o familia participante en el programa de familias colaboradoras con los centros de protección.

Estas familias o personas colaboradoras se comprometen a compartir periodos de tiempo determinados (generalmente no lectivos como fines de semana, festivos, vacaciones) con una niña, niño o adolescente que reside en un centro de protección de menores. Dicha convivencia puede ser en el domicilio familiar o en el lugar donde transcurran las vacaciones de la familia.

En el caso de las dos niñas ucranianas de esta historia, ambas pasan los fines de semana y las vacaciones escolares con Nuria Carmona y su familia. “Ellas nos dicen que son muy felices aquí y que no quieren volver a su país, sólo desean saber que su madre y su abuela, que aún viven en Ucrania están bien y hablan con ellas por teléfono con frecuencia”.

“Fundación SAMU realiza una maravillosa labor de acogida y apoyo psicológico, de educación en valores, el establecimiento de rutinas y le enseñan mucha autonomía, algo muy importante teniendo en cuenta que a los 18 años deben abandonar el centro. Pero estos menores, muchos de los cuales han sido alejados de su ambiente familiar para protegerlos de situaciones de negligencia, abandono o violencia por parte de sus padres o cuidadores, necesitan establecer vínculos emocionales sanos, ampliar su red de apoyo social y un sitio en el que de verdad le puedan ofrecer un ambiente familiar, de hogar”, añade Carmona.

“Todo el mundo puede ser familia colaboradora. Hay muchos niños que lo necesitan porque aunque estén bien atendidos en un centro de acogida, hay que tener en cuenta que están con educadores, no en un ambiente familiar. Y es muy sencillo pasar un fin de semana con uno de estos niños, al igual que a veces llevas a tu casa a un amigo de tu hijo a pasar el día”.

Nuria Carmona también destaca los beneficios que tiene ser familia colaboradora para sus propios hijos: “A mi hijo, que va a cumplir 13 años, le ha cambiado mucho la mentalidad y se ha dado cuenta de la suerte que tiene. Es una forma de educar a nuestros hijos en valores. Para nosotros está siendo una gran experiencia”.

Según datos de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, actualmente, hay casi 6,5 millones de refugiados de Ucrania que han buscado protección en todo el mundo, mientras que alrededor de 3,7 millones de personas siguen desplazadas forzosamente dentro del país.

España es uno de los países receptores, y desde que el 9 de marzo de 2022 se activara el mecanismo de protección extraordinario que otorga de manera inmediata permiso de residencia y de trabajo a los desplazados por la invasión rusa, nuestro país ha concedido protección temporal a más de 200.000 ciudadanos ucranianos. Según datos del Ministerio del Interior, el 31,3% de estas personas tienen menos de 18 años.