Un enfoque social e integral frente al suicidio
El Gobierno de España no ha logrado sacar adelante el plan nacional de salud mental, pero sí ha conseguido aprobar en la misma semana el primer plan de prevención del suicidio en España. Dionisio García, psicólogo de SAMU Wellness, hace balance de este hito.
«¿Te contó mi hermano lo que iba a hacer si volvía a beber?…” Sabía la respuesta a aquella pregunta porque él me la dio en la última sesión que tuvimos de terapia antes de… firmar su alta terapéutica. Era marzo de 2005 cuando recibí la noticia. Su hermana era la que llamaba, y yo, el que sostenía el teléfono al otro lado. Era una de esas tardes en las que ya hacía más frío que calor en lo alto del alcor. Han pasado más de veinte años y sigo sin tener claro qué ocurrió. Sigo acordándome de aquel pescador bonachón que ingresó por problemas con el alcohol y de salud mental en un centro de tratamiento en modalidad residencial de Andalucía, y que hacía lo que prometía allá donde fuera.
El viernes 14 de febrero de 2025 se aprobó por primera vez en España un plan de prevención del suicidio que, entre sus fortalezas, incluye el uso racional de psicofármacos, la apuesta por la formación y la capacitación, y una visión de la salud mental que no se limita al aumento de recursos (que, por supuesto, necesitamos), sino que también incluye una mirada a los determinantes sociales de la salud.
Este plan establece como una de sus prioridades la atención a los grupos más vulnerables. Contempla programas específicos de apoyo para los mayores que viven en soledad, para los adolescentes, para el colectivo LGTBIQ+, y para las familias que han sufrido el golpe del suicidio y se sienten abandonadas en el duelo. Algo que le habría venido bien a la hermana de mi paciente allá en 2005.
El optimismo con el que se plantea la incorporación de este plan en nuestros equipos será siempre bienvenido. Llega tarde, pero es bienvenido.
No seré yo quien agüe la fiesta a todas aquellas personas que, a partir de ahora, se verán beneficiadas de este «plan pionero en España», según palabras de la ministra Mónica García. Sin embargo, el Gobierno no ha podido sacar adelante otro proyecto en el que se complementaban (o se habrían complementado) las ayudas a estas familias y personas afectada. Me refiero al plan de acción de salud mental, que iba en la línea de la deprescripción de psicofármacos y el refuerzo de especialistas en psicología en la Atención Primaria.
Este plan aboga por una humanización del modelo de atención que va desde implantar un uso racional de psicofármacos y una mayor prescripción social hasta buscar alternativas a la institucionalización, la sujeción mecánica y la regulación de la psicoterapia y la psicología clínica infantil. Y qué curioso que solo hayan estado a favor de este plan las comunidades de Navarra, Cataluña y Asturias, que se encuentran a años luz, en materia de sanidad, de las otras comunidades autonómicas que han negado este documento.
En España se suicidan más de 4.000 personas al año, según las estadísticas oficiales. No es nada despreciable la cifra de once personas al día que mueren en este país por suicidio, pues cada una de ellas importa.
El plan viene a ayudar al colectivo, a la sociedad que hemos creado, y nos muestra la fragilidad y vulnerabilidad que padecen un gran número de personas, quienes ahora podrán beneficiarse del cambio de modelo imperante, en el que la individualidad no puede ponerse por encima de lo colectivo.
El plan viene a quedarse y a decirnos que no se puede descontextualizar y poner en la persona lo que todos, como sociedad, hemos generado: angustia, ansiedad, miedo a elegir, renuncias, frustraciones, inmadurez…
Las fortalezas tampoco pueden recaer sobre los cambios que va a proponer este plan. Cada uno de los organismos tiene que asumir sus propias mejoras para facilitar vivienda, empleo, salud, educación y servicios a la dependencia, que es donde reside la calidad de vida del individuo y la sociedad. Una sociedad con salud emocional, física, psíquica, ambiental y rica en valores humanos inhibe en gran parte el sufrimiento individual. Ese sufrimiento individual que obliga a las personas a elegir cuando están, en sentido figurado o no, en un octavo piso y con su casa quemándose, entre quedarse o saltar.
La labor que se realiza en los equipos asistenciales de SAMU Wellness es verdaderamente admirable. Cada día aporto no solo mis conocimientos y habilidades, sino también mi humanidad, empatía y un deseo genuino de ayudar. Junto a mis compañeros y compañeras, enfrentamos situaciones emocionalmente desafiantes, pero juntos creamos un ambiente donde la compasión y la comprensión son la norma. Nuestro trabajo va más allá de la atención directa; buscamos construir un entorno en el que cada persona se sienta valorada y apoyada.
La colaboración entre disciplinas enriquece aún más nuestro enfoque. Al integrar perspectivas psicológicas, sociales y médicas, logramos una visión holística del bienestar de cada persona. Esta sinergia es esencial para ofrecer un tratamiento no solo efectivo, sino también profundamente personalizado, adaptado a las necesidades únicas de quienes confían en nosotros.
Es motivador ver cómo cada uno de nosotros comparte su conocimiento y experiencia con un objetivo común: mejorar la vida de quienes están en riesgo. La dedicación a nuestros pacientes es digna de valorar en la lucha contra el suicidio y en la promoción de la salud mental, recordándonos que, en la conexión humana y el apoyo mutuo, reside una poderosa fuerza de sanación.
En aquella sesión con la que iniciaba este artículo, el paciente me verbalizó que, si volvía a beber, se ahorcaba, y eso hizo. Para eso me llamaba su hermana, para decirme lo que le había sucedido a su hermano. Quizás este plan que se pone en marcha sirva para que muchas de esas personas que están entre la vida y la muerte elijan la vida.