Cada mañana, María abre el “cuaderno de hablar” para que Antonio le cuente cómo se siente. “Me dice cómo está, si ha tenido un día malo… Le cuesta mucho expresarse y, a través de los pictogramas, expresa la emoción y lo que ha hecho”, explica María. Esos pictogramas son su forma de comunicarse con los demás. María y Antonio, que aparecen en este reportaje con nombres ficticios, comparten su rutina cada mañana en un colegio de primaria en el que Fundación SAMU presta servicios de apoyo y asistencia escolar a niños con necesidades educativas especiales.
La labor de María es fundamental para que Antonio, que padece un trastorno del espectro autista, pueda expresarse. Pero ésta no es su única tarea. Antes de sentarse con Antonio, María ya ha acompañado a una asamblea de Infantil a un niño con un trastorno de conducta para ayudarle a entender qué actividades va a realizar durante la mañana. Luego, ayuda a otro menor con diabetes en la deglución de alimentos y en el control de la glucemia. También ayuda a un chico a cambiarse la sonda estomacal. Llegado el recreo, acompaña a los cuatro chicos del aula específica y les anima a jugar con los demás. Y después del patio, toca aseo personal con esos cuatro niños.
“Siempre les animo a que se desenvuelvan en cualquier situación, que no se queden parados esperando a que llegue algo”, asegura María, una de los 745 trabajadores y trabajadoras de SAMU que prestan servicios de profesional técnico de integración social (PTIS) en los centros públicos de las ocho provincias de Andalucía.
Su trabajo es esencial para que estos niños y jóvenes se integren con sus compañeros y adquieran la mayor autonomía posible. El servicio fue externalizado hace 15 años y SAMU ha contribuido desde entonces a mitigar problemas de movilidad o cognitivos de miles de niños y niñas andaluces.
“Nuestra labor es de apoyo y asistencia en el ámbito educativo por lo que damos cobertura a necesidades para el buen desarrollo educativo de los alumnos”, comenta Conchi Pérez, jefa del área de Educación de Fundación SAMU.
La prioridad es la integración
La Agencia Pública de Educación de Andalucía asigna los PTIS necesarios a los diferentes centros educativos, ya sea para su apoyo en un aula ordinaria (alumnos con necesidades que, sin embargo, pueden llevar el ritmo ordinario) o para la configuración de un aula específica. El objetivo es que estos niños y niñas con necesidades especiales, cuyo dictamen de escolarización establece que necesitan apoyo específico, se integren todo lo posible en un aula.
“Siempre que las capacidades de ese alumno puedan adaptarse a un ritmo, la prioridad es la integración”, explica Conchi Pérez. Sin embargo, no siempre es posible, porque en ocasiones se trata de discapacidades graves. Los PTIS de SAMU se ocupan de dificultades tan variadas como discapacidades existen (parálisis cerebral, retraso madurativo profundo, TDH, TEA, piel de mariposa…) y la prioridad, señala Pérez, es prestar un apoyo asistencial. “Lo primero que hay que valorar es que esté alimentado, hidratado… Los recursos son pocos y hay que conseguir que las necesidades básicas estén cubiertas”.
En otras ocasiones su función sí va más allá de la meramente asistencial. “Trabajamos más cosas: resolución de conflictos, autonomía, actividades sociales…”, comenta Ana (nombre ficticio), otra PTIS de Fundación SAMU. A veces colaboran en el ámbito curricular, adaptando el material o ayudando a los alumnos con la tarea. De este modo, los PTIS acaban convirtiéndose en un elemento indispensable tanto para la autonomía funcional de los niños como para su integración en las actividades educativas.
A cambio, estos chicos suelen derrochar agradecimiento. “Yo recibo mucho cariño por su parte. Agradecen mucho la ayuda que se les ofrece, no cuestionan. Es muy gratificante”, señala Ana.
Para estos menores, la labor del profesional técnico de integración social marca la diferencia. “Tenemos muchos profesionales muy comprometidos. Trabajan día a día para conseguir pequeñas cosas, como una sonrisa o que el niño pueda atarse los cordones de los zapatos”, resalta Conchi Pérez. “Es cierto que hay casos que te duelen, pero a mí me encanta lo que hago”, dice María: “Me enseñan más a mí que yo a ellos: con su forma de disfrutar, con sus emociones…”.
Cada día, Ana ayuda a un chico de Secundaria a moverse por las aulas de su centro. El chico tiene espina bífida. También trabaja pautas de conducta con una chica con síndrome de Down. Aunque tiene una adaptación curricular, el objetivo es que pase el mayor tiempo en su aula, y lo consigue.
Preparándolos para un trabajo futuro o para la Selectividad
Además de estos casos específicos, Ana presta apoyo a una veintena de jóvenes con dificultades integrados en un curso de Formación Profesional Básica Específica. Son jóvenes de entre 18 y 21 años con alguna discapacidad que se preparan para trabajar en el futuro prestando servicios administrativos.
En el aula hay alumnos con discapacidades diversas: intelectual, motora, auditiva, visual… Sin embargo, estos chicos están muy capacitados para algunas tareas básicas de personal administrativo. “Las tareas de oficina, meter datos, archivar, fotocopiar… Todo eso lo hacen muy bien”, dice Ana, que resume así la situación: “Tienen discapacidad para algunas tareas, pero muchas capacidades para otras”.
El objetivo es reforzar sus hábitos de orden y planificación para que en el futuro puedan integrarse con éxito en el mercado laboral.
Otras veces, estos niños quieren continuar sus estudios. Los PTIS de SAMU han ayudado a chicos con síndrome de Down que han hecho Selectividad. También alumnos con déficit de atención y que hoy cursan una carrera universitaria, y a personas con retraso madurativo que consiguen ir superando cursos. “Se consigue mucho”, dice Ana.
El papel de la familia, los compañeros y el centro
Los centros suelen ser sensibles para plantear actividades inclusivas que faciliten la participación de todos. También juega un papel esencial la relación con las familias y con los compañeros. “Sus compañeros colaboran muchísimo. Nunca reciben trato discriminatorio, ni en los recreos ni en ningún otro momento”, cuenta Ana, que trabaja con adolescentes.
María, que trabaja en un centro de Primaria, suele explicar en pequeños grupos la actividad que va a hacer con sus alumnos: “Intento que empaticen lo más posible y que entiendan que son diferentes, pero que también pueden hacer cosas”.
Se hace difícil pensar que esta labor pueda realizarla un docente que tenga que atender a otros 24 ó 25 alumnos. “Creo que si no estuviéramos sería muy duro para el menor”, opina María. “Yo creo que nuestra labor es esencial. Si no estuviese, hay chicos que no podrían estar matriculados”, señala Ana. Conchi Pérez corrobora esa impresión. “Hace años o no estaban matriculados, y, si iban, estaban en un rinconcito. Hoy se consiguen muchas cosas”, concluye.