Carta abierta por el 40 aniversario de SAMU de Borja González de Escalada, vicepresidente de Fundación SAMU
En noviembre de 2008, me incorporé a SAMU después de un largo periodo en el extranjero. Había trabajado en la organización tres años en los noventa. Viví la Expo del 92 desde dentro de los servicios sanitarios y siempre estuve vinculado a la empresa de alguna forma. ¡Incluso pase por el departamento de Contabilidad!
En esta última y definitiva incorporación aterricé de lleno en el sector de lo social de la fundación recién revitalizada con la apertura de una unidad de día, la unidad San Lucas, cuyos comienzos fueron cualquier cosa menos sencillos. De la mano de la Consejería de Asuntos Sociales de la Junta de Andalucía, abrimos la residencia Santa Ana. En ese mes de noviembre que recuerdo bien comencé como director de este centro. Mi experiencia en SAMU había estado centrada en el ámbito de cuidar personas, pero esto era diferente.
La discapacidad intelectual con daño cerebral impresiona. Y así fue mi primer día de trabajo en la residencia. La llegada de los primeros pacientes me causó una profunda impresión. Recuerdo que llegó mi hermano y me pidió: “Borja, tienes que reunir a tu equipo y decirles unas palabras”. Reconozco que ni en este ámbito tenía experiencia. Me costó, pero así lo hice. Fueron las primeras palabras ante un equipo. Vinieron muchas más.
Sí, era un neófito. Pero me rodeé de un gran equipo. Desde Maribel a Desiré, y a todo el personal que nos acompaño en esos días. La verdad es que fue una etapa que recuerdo con gran cariño por el grupo, por los residentes y por lo reconfortante que es trabajar en ese sector con el que hoy me siento tan identificado, y que se resume en ayudar a quienes necesitan ayuda.
Tuve incluso el privilegio de participar en varias misiones de ayuda humanitaria. He de reconocer que es lo que más me ha llenado a lo largo de estos años: experiencias cambiantes, trabajar 16 horas al día, comer una vez al día, ducharte o no, y volver al campamento feliz del trabajo bien hecho. Don Carlos, mi padre, me enseñó la recompensa que esto supone. Y no lo he olvidado.
Desde entonces, mi puesto me llevó a abrir centros de atención a personas con discapacidad por todo el territorio, comenzando por Cantillana (Sevilla), para lo cual tuvimos que terminar una obra de un edificio medio ruinoso. O en Toledo, donde hicimos un inolvidable sprint para abrir en veinte días un centro que llevaba doce años cerrado.
De ahí pase a la aventura africana de ayudar en la apertura de SAMU Tánger. Fue un gran esfuerzo personal, empresarial y familiar, con la firme intención de volver a internacionalizar nuestro saber hacer, y con el convencimiento de que un buen producto o, en este caso, un buen servicio, tendría una gran aceptación en una población en la que no existía.
Con una idiosincrasia, una cultura y una religión tan distintas a la nuestra, no fue fácil ganarse la confianza de los usuarios y de las autoridades locales. Sin duda SAMU Tánger es uno de los proyectos que más esfuerzo humano ha requerido por parte de la familia.
Mi andadura en SAMU me ha llevado a colaborar con la llegada masiva de menores a nuestras costas, chicos que se juegan la vida a través del Estrecho para buscar una vida mejor. He colaborado en la apertura de centros en Andalucía, Madrid y Aragón.
Este verano pasé al área de Institucional y me trasladé a Madrid donde estamos abriendo nuevos centros y servicios. Es un destino donde las posibilidades para una organización como la nuestra son muy amplias. Tenemos el reto de trabajar con las administraciones para dar a conocer nuestra forma de trabajar y nuestra filosofía, escuchar sus necesidades y ayudar en todo lo que está en nuestra mano.
En nuestro esfuerzo por atender estas necesidades también he sido requerido para atender la llegada masiva de chavales a Canarias. Nos pusimos a disposición de las autoridades y aquí estamos: haciendo lo que mejor sabemos hacer, proteger a estos adolescentes y enseñarles, en el poco tiempo que van a estar con nosotros, todas las dificultades que les quedan por afrontar, y siendo exigente con ellos, puesto que más exigente va a ser la sociedad con ellos cuando cumplan 18 años y pierdan el abrigo de la Administración. Tratamos que tengan claro que deben aprender el idioma e integrarse, e inculcarles la importancia de formarse y ser autosuficientes para conquistar su futuro.