Frente a la angustia, determinación: así se vive la crisis sanitaria en las residencias de SAMU dirigidas a personas con discapacidad intelectual
La crisis sanitaria llegó a los centros de atención a personas con discapacidad de Fundación SAMU como a todos, de imprevisto, y nos tuvimos que adaptar sin tiempo a asimilar una situación sin precedentes. Nuestros residentes y usuarios de unidad de día lo aceptaron. En algunos casos lo hicieron sin saber qué estaba pasando y sin saber por qué no podían ver a sus familiares o asistir al centro de día como siempre. Pero, aun así, aceptaron la situación y su actitud fue ejemplar.
La Unidad de Día de San Lucas (Sevilla) suspendió su actividad con la declaración del estado de alarma. En ese momento las personas usuarias comenzaron a echar de menos el servicio, a sus compañeros y compañeras de diario, y a los trabajadores. Estos comenzaron a realizar un seguimiento y orientación a distancia con las familias y se iniciaron paseos en los entornos del domicilio de los usuarios.
En el alojamiento tutelado de Gijón, los chicos no gestionaron muy bien el confinamiento, ya que ellos pueden salir de forma autónoma y, en esos momentos, tuvieron que abandonar la asistencia a centros ocupacionales y otras actividades formativas. Estas actividades fueron sustituidas por otras en el centro y con aumento de tiempo ante el televisor, como en la mayoría de las casas.
Mientras tanto en Santa Teresa (Villafranca de los Caballeros, Toledo) se debatían en una lucha continua contra el coronavirus. Un equipo de SAMU desplegó sus mejores conocimientos, técnicas y personal formado para atender a las personas residentes y apoyar incondicionalmente al equipo, sosteniéndolo y cuidándolo. Todos lo hicieron genial, aunque fue muy duro, teniendo que despedir a una usuaria a la que querían mucho.
En Santa Ana (Sevilla) protegían a sus usuarios por encima de todas las cosas, ya que el estado de salud de algunos de ellos es crítica. Sufrimos algunos sustos.
El centro de discapacidad física El Sauzal (Tenerife) mantenía una extraña calma, intentando que sus usuarios estuvieran preservados del virus por encima de todo. No se podían permitir que fuera de otra manera. En Cantillana (Sevilla) el equipo se organizó para distribuir los tiempos y mantener ocupados a los usuarios, ya que, por sus características, el virus afectaría al cien por cien de las personas. Teníamos claro, y aún lo tenemos, que el virus no debe entrar en el centro bajo ningún concepto.
Fue una primavera muy difícil, en unos centros más que en otros, y para unos compañeros más que para otros. Algunos residentes tuvieron que estar en aislamiento preventivo por diferentes visitas al hospital o algún síntoma aislado, pero por suerte no tuvimos ningún caso confirmado de Covid-19 en el resto de los centros. Con el paso del tiempo vinieron los primeros conflictos, donde los residentes ya se dieron cuenta de que esto se estaba alargando más de la cuenta y seguían sin poder salir a dar un paseo o ver a sus familiares, sin poder realizar actividades que tenían programadas o, simplemente, sin poder hacer su rutina diaria con normalidad.
El simple hecho de no poder compartir mesa en el comedor con su compañero habitual, que para ellos es algo muy importante, les causaba un malestar. Aun así ellos seguían dándonos una lección de comportamiento y de saber estar en una situación “extraña”. Consiguieron normalizar el lavado constante de manos, el tener que llevar mascarilla según la situación, el no poder estar sentados en el taller junto a su compañero de siempre… Hasta que llegó “la nueva normalidad”.
Esta nueva normalidad no fue igual para todos. A ellos les afecto más que el propio confinamiento. No comprendían por qué veían en la televisión a la gente yendo a los bares, en la playa, en muchos lugares, mientras que ellos solo podían ser visitados por un familiar durante una hora, tenían que realizar las visitas a casa sin poder dormir allí o no podían disfrutar de sus vacaciones anuales.
Nos tocó vivir una situación que hoy por hoy seguimos teniendo y llevando lo mejor que se puede. Ha sido un verano diferente, donde los usuarios no han tenido las actividades deportivas que solían tener en esta fecha, no han podido realizar su excursión anual a la playa o de turismo interior, donde se hacía una convivencia, y no han podido disfrutar de la piscina municipal, la cual visitamos todos los años diariamente.
Cada centro ha buscado el modo de realizar paseos o actividades distendidas en el propio jardín, parques cercanos, paseos urbanos…
Nosotros, como trabajadores, hemos vivido esta situación con mucha incertidumbre, y con mucho respeto y cierto “miedo” a que el virus entre en los centros. Desde el primer momento en el que se declaró el estado de alarma nos hemos ido adaptando a todas las medidas que nos indicaban desde las diferentes autoridades y todos los trabajadores se han implicado en que estas medidas se lleven a cabo.
Debíamos aprender a gestionar el material de protección, ya que en un principio hubo mucha escasez y miedo a no disponer de él. El distanciamiento social, que ha provocado que nuestros desayunos, almuerzos y cenas se distancien en el tiempo. Las mascarillas, siempre colocadas correctamente. Y, por supuesto, la higiene de manos con agua y jabón y gel hidroalcohólico.
Hubo que adecuar un “circuito Covid” reflejado en un plan de contingencia y en un protocolo de actuación interno con el conocimiento de todos los trabajadores. Esta normativa establecía que teníamos que disponer de algunas habitaciones para el aislamiento, tanto para sospechas de coronavirus como para casos confirmados, y una sala para la zona limpia.
En los casos de sospecha que hemos tenido, lo primero que hemos hecho ha sido aislar a la persona en cuestión e, inmediatamente, avisar a la enfermera de enlace o profesional externo correspondiente (según las comunidades autónomas), que era la persona que nos indicaba cómo proceder en todo momento. Si esta persona empeoraba sus síntomas, había que ir comunicándolo en todo momento.
En el caso de que un trabajador sea sospechoso de Covid o contacto estrecho, permanece en casa hasta realizarse la PCR. Si los síntomas se dan en el centro de trabajo, esta persona inmediatamente abandona el centro y comunica la situación al centro de salud o 112. Por otro lado, cuando una persona, trabajador o usuario, permanece más de siete días fuera del centro, debe practicarse un test PCR para volver.
En cuanto a cómo hemos vivido el aumento de positivos, últimamente nos preocupa más, por lo que hemos extremado las medidas de protección. De nuevo Sanidad ha vuelto a cerrar las residencias en septiembre, volviendo a las situaciones del estado de alarma. Volvemos a las videoconferencias con las familias y allegados, a replantear las actividades dentro de los centros y a suspender de nuevo la actividad en los centros de día.
Nos vamos enterando cómo constantemente el virus irrumpe en residencias de todo el país y esta situación nos preocupa mucho, llegando a pensar que en algún momento podría entrar también en cualquiera de nuestros centros, por lo que tenemos que estar totalmente preparados por si esta situación se produce. Tenemos claro que todos los trabajadores tenemos que ir a una y cuidarnos cada uno lo máximo posible. Y también tenemos claro que, si llega el caso, SAMU va a responder cuidando de nosotros y de nuestros usuarios, como un paraguas protector.
Desde el área de Formación se está reforzando la cualificación de los trabajadores a través de actividades formativas específicas, y desde Escuela SAMU se imparten cursos en bioseguridad focalizados en la protección y actuación ante el coronavirus.
¡Siempre fuertes! Esta situación pasará y, mientras tanto, nuestro trabajo es hacerlo bien.
Autora: María José Tinoco.
Directora del área de Discapacidad de SAMU