Rayos de luz tras el paso del tifón Haiyan
Hace cinco años, el tifón Haiyan (también conocido como Yolanda) azotó la isla de Bantayan, en Filipinas, dejando a su paso numerosas víctimas mortales y una isla devastada. Más de 16 millones de personas sufrieron las consecuencias de este fenómeno, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Tras el paso de Haiyan, la situación de muchas familias empeoró, pero no sólo porque habían perdido sus viviendas, sino también por las deficientes condiciones de salubridad en las que se veían obligados a vivir. Ante esta situación, Fundación SAMU, en colaboración con la Escuela de Emergencias SAMU y otras organizaciones, puso en marcha una misión al norte de la Isla de Cebú que permaneció en zona más de cinco meses, desde el 15 de noviembre de 2013 hasta el 25 abril de 2014, con un total de 27 médicos, enfermeros y logistas divididos en cinco contingentes.
Durante la estancia de SAMU en Filipinas se realizaron múltiples misiones sanitarias tanto en bases temporales como con equipos itinerantes, colaborando con otras organizaciones presentes en la zona en el reparto de alimentos y gestiones logísticas así como acciones de formación en materia sanitaria para la población en zona.
SAMU atendió a cerca de 7.500 personas en poblaciones como Panitugan, Atop-atop, Baigad, Biagayag, Baod, Biactos, Bunakan, Kabac, Doong, Hagdan, Hilotongan, Guiwanon, Kabangbang, Kampingganon, Kaongkod, Kodia, Mojon, Okoy, Patao, San Agustin, Sillon, Sungko, Suba, Sulangan, Tamiao y Tabagak, entre otras.
Borja González de Escalada llegó a Filipinas en el segundo contingente y permaneció en la zona hasta el final de la misión, cinco meses en total. Era el responsable del equipo. Su labor consistía en que sus compañeros pudieran desarrollar su trabajo en las mejores condiciones posibles, los contactos institucionales y políticos, repartir tareas, facilitar los aspectos financieros y coordinar toda la logística de la misión.
“Siempre había visto las misiones humanitarias de SAMU desde la barrera, en el equipo retrasado. En esta ocasión, la necesidad de hablar inglés fue determinante a la hora de poder ejercer un mando en zona efectivo. Tenía ganas de participar en una misión con don Carlos Álvarez Leiva, fue una oportunidad única con el maestro de la materia, un privilegio”, comenta Borja con motivo del quinto aniversario de la misión.
“Cuando llegamos atendimos a las personas que no tenían ningún acceso a la sanidad. Nuestra asistencia era gratuita y la local, bajo pago. La situación económica de la población, ya de naturaleza humilde, era muy precaria a causa del tifón, por lo que pasábamos consulta durante horas. No parábamos para comer. No dejábamos a la gente al sol mientras nosotros comíamos. Se paraba al acabar. Nos levantábamos a las seis de la mañana, y a las nueve de la noche, todos a la cama. Sin electricidad… El ritmo lo marcaba el sol”.
Trabajo en todos los frentes
El médico Alejandro Álvarez Macías fue otro de los miembros de SAMU que acudió a Filipinas, aunque por entonces aún era estudiante de 5º de Medicina. “La medicina que practiqué allí fue totalmente distinta a la que practicaba en España como estudiante habitualmente en el hospital. Igual administraba antibióticos para una infección que realizaba una cirugía menor. Todo ello en nuestro hospital de campaña, con recursos limitados. También realicé labores de formación en RCP básica a la población local”, comenta el joven. “Siempre había tenido ganas de participar en una misión. Siendo pequeño acostumbraba a visitar a mi padre en este tipo de misiones. Cuando salió la oportunidad estaba muy decidido a ir, aunque tuve que pedir permiso a mi universidad para las faltas de asistencia”.
Borja González de Escalada reconoce que lo que más le impactó fue la capacidad de resiliencia de la gente, “cómo los afectados son capaces de salir del caos y continuar con su vida, aun habiéndolo perdido todo, incluso a sus seres queridos”. Lo más duro fue estar separado de la familia, sortear a los políticos para poder trabajar, las dificultades logísticas y “la sensación que dejas al irte en la que piensas que no has dejado más que una raya en el agua de estas pobres gentes, sin poder dejar una estructura detrás”.
Para Alejandro Álvarez, sin embargo, lo más duro fue “no contar con recursos hospitalarios adecuados para resolver patologías que en tu medio de trabajo habitual si acostumbras a tener”. “Estas carencias cuestan vidas y te crean cierta impotencia. No obstante, ha sido una de las experiencias personales más enriquecedoras que he tenido en mi vida.”, reconoce el médico.
Tanto Alejandro como Borja aseguran “sin dudarlo un solo minuto” que repetirían la experiencia de Filipinas. “Tengo una mochila preparada en mi altillo con todo preparado para cuando sea necesario”, concluye Borja González de Escalada.