Carlos Álvarez Leiva, presidente de la Fundación SAMU: Reflexiones sobre la gestión del Covid-19
La gestión de una crisis es un compendio de actuaciones estratégicas, tácticas y logísticas encaminadas a disminuir el daño de un peligro presente. La visión global determina los esfuerzos de dirección, coordinación, mando y control, elementos clave de la solución, sin olvidar algunos principios básicos como la necesidad de priorizar sin ambages (lo primero es lo primero, lo segundo es lo segundo y lo tercero es lo tercero) y tener presente que decidir es una cosa y mandar es otra (en este caso deberán ser decisiones técnicas seguidas de mandatos políticos). El daño final que determine una pandemia depende de las características del agente agresor y de la vulnerabilidad de nuestro sistema.
Cualquier crisis, en el momento de su presentación, produce una doble curva antagónica que coincide con un aumento fulgurante de la demanda y el agotamiento en paralelo de los recursos. A saber, mascarillas, desinfectantes, equipos de protección, agotamiento de recursos humanos y mucho más.
Estas tendencias evolucionan hasta un punto crítico de máximos y mínimos que tienden siempre al restablecimiento del equilibrio anterior o a la destrucción total (entropía), que evidentemente es algo que no va a ocurrir en nuestro caso. Esto siempre quiere decir que la crisis es temporal. Y esto es muy importante.
Las necesidades son cronológicamente superpuestas y diferentes, y la respuesta se va modulando en virtud de múltiples factores organizativos, logísticos y asistenciales, buscando volver al punto de equilibrio inicial.
De este análisis extraemos que nuestra vulnerabilidad es multifactorial y que debemos trabajar en su neutralización con medidas progresivas que tiendan a devolvernos, en el menor tiempo posible, a la normalidad.
La resiliencia es la clave. Está en función de nuestras capacidades de respuesta reforzada al problema, y ello pasa por la protección que podamos prestar a las poblaciones de riesgo y, sobre todo, a los que están sanos.
Nuestra sociedad tiene un sistema de vida saludable, conviene recordarlo, por primitivo que parezca, porque el resultado de una agresión, aún con el mismo factor de daño, es diferente según donde ocurra. No tiene el mismo efecto un terremoto en el desierto que en una población con mar, por ejemplo, y masificada, siendo el mismo terremoto.
En nuestra capacidad de absorción figuran hábitos de vida e higiene con grandes consumos de agua, alimentación con tendencia al sobrepeso y una infraestructuras de salud catalogadas entre las mejores del mundo.
Ahora solo estamos en un momento de tensión del sistema, de un sistema que es reversible gracias a la elasticidad que le confieren nuestras capacidades tanto de recursos humano como técnicos. Esta crisis tiene sus días contados y pasará. Hemos de procurar que las curvas de tendencia se aplanen, ganar tiempo para la gestión, tiempo para la retroalimentación, disminuyendo los picos de críticos, de forman que podamos ir adecuando la oferta a la demanda.
Es importante trasladar tranquilidad gesticular, con actuaciones concretas y entendibles. Sabemos lo que está ocurriendo y lo que está por venir. Eso tranquiliza porque absorbe incertidumbre ante el ciudadano.
El sistema de gestión impuesto por el Gobierno es adecuado, con un proceso de liderazgo rotatorio, según el momento y el estado del problema, con una visión del conjunto y una delegación responsable de funciones de mando y control, con un único elemento de decisión. Aunque ese único elemento pueda estar contestado, tampoco podemos olvidar que otro principio básico en la gestión de crisis es que es mejor que mande uno mal a que manden dos bien.
Expuesta esta Teoría de la Vulnerabilidad, la aplicación concreta de la misma a nuestro caso pasa por la exposición clara de que tenemos el control de la situación, sin menospreciar las tensiones de momentos. Todo obedece a una dinámica demostrada científicamente con un patrón evolutivo conformado.
Proteger a las personas de riesgo y reforzar “los recursos llave” son la única respuesta adecuada, sin paliativos, con decisiones serenas, inapelables y aplicando una disciplina militar en el cumplimiento de lo mandatado. Insisto: sin paliativos. Es un momento de crisis global.
La respuesta hospitalaria debe adecuarse a la medicina de guerra, con triaje adaptado y economía de los recursos existentes. Lo mejor para los pacientes más graves (salvables), con lo que se asegura la supervivencia de la mayoría, hasta que en un segundo tiempo lleguemos al resto con capacidades reabastecidas.
El triaje se inicia en la casa de cada uno. Al hospital solo se puede acudir en circunstancias excepcionales. Los hospitales solo pueden admitir a pacientes con riesgo de vida, salvables. Y debemos hacerlo con la serenidad y el convencimiento de que son unas medidas temporales, en beneficio de la comunidad.
Otras actuaciones necesarias son aplazar intervenciones no críticas y configurar un pool único entre los servicios de anestesia y cuidados críticos para aumentar la capacidad de dar soporte de vida temporal a pacientes críticos y además disminuir la presencia física de personal “llave” en el centro.
Hemos de preservar recursos para tener elementos en reserva. Agotarlos es un error con graves consecuencias.
No son tiempos de consenso. Son tiempos de decisiones no siempre bien comprendidas pero tomadas con el convencimiento de que la gestión de una crisis obedece a unos patrones fijos y predeterminados.
Esta pandemia pasará, dejando como principal secuela la evidencia de la fragilidad de la aldea global o su fortaleza, depende en gran parte de la gestión técnica que permitan los políticos.