Roberto Alconada, psicólogo de SAMU Wellness: “Hablar del suicido no incita a hacerlo a otras personas”
Roberto Alconada Padilla (Sevilla, 1994) forma parte del equipo de psicólogos de la clínica de salud mental SAMU Wellness desde hace casi cuatro años. Evalúa e interviene con personas que padecen algún tipo de trastorno mental mediante terapias individuales y grupales. Una de sus especialidades es el suicidio.
—Cada 10 de septiembre se conmemora en todo el mundo el Día Internacional para la Prevención del Suicidio, sin embargo, hasta hace relativamente poco tiempo, el suicidio ha sido un tema tabú. ¿Qué ha cambiado?
—Considero que el suicidio sigue siendo un tema tabú hoy en día. Es cierto que cada vez existen más campañas de sensibilización y son más las personas que hacen públicas sus vivencias relacionadas con el tema, pero la realidad es que hace falta hablar más de ello. Si bien existen desde hace tiempo campañas para otros problemas sociales como son los accidentes de tráfico y el consumo de sustancias, la conducta suicida no ha tenido tanta suerte. Es ese el motivo por el que las cifras no han disminuido desde que se tiene constancia, a diferencia de esos otros problemas de salud pública en los que sí se han visto una disminución significativa.
—Cada año, alrededor de 700.000 personas se quitan la vida y muchas más intentan hacerlo, según datos de la agencia de la Naciones Unidas. Tal es la situación que la Organización Mundial de la Salud ha llegado a calificarlo como la epidemia del siglo XXI. A pesar de estos datos, ¿por qué cree que la sociedad, en general, da la espalda a este problema?
—El tabú existe porque el suicidio ha tenido unos precedentes a lo largo de la historia. Hablamos de que hace cientos de años la persona que se suicidaba se la consideraba rechazada y confiscaban todas sus propiedades, además de negarle la sepultura. En otras épocas, el suicidio era castigado con penas muy graves que siempre salpicaban a la familia del suicida. Hoy en día, sin existir esas medidas, prevalecen muchos mitos que dificultan hablar del suicidio como se debería. Todo esto ha ido contribuyendo a interiorizar el mensaje de que hablar del suicidio es algo malo o que hay que encubrir y dificultar la creación de campañas de sensibilización que ayuden a prevenirlo.
—En las redacciones de los medios de comunicación, durante mucho tiempo, y aún hoy, ha existido la norma de no publicar noticias cuando la causa de la muerte es el suicidio por un posible efecto contagio o imitación. ¿Existe realmente este efecto o es un mito?
—Está más que comprobado que hablar del suicidio es un factor protector para el mismo. Hablar del suicidio no incita, provoca ni introduce la idea en la cabeza de las personas y, mucho menos, existe un efecto contagio. Los medios de comunicación tienen protocolos y existen algunas recomendaciones para que traten el tema de forma responsable, como nunca indicar el método o no caer en romantizar o idealizar la conducta suicida. El problema es que, ante el miedo generalizado y la falta de información, se acaba optando por no hablar del tema, lo que alimenta la idea de que el suicidio es un tabú. La investigación hasta la fecha indica el efecto protector que tienen las campañas de sensibilización y ayuda, pero luchar contra los miedos y tabúes no es algo sencillo. La creación del número de ayuda para la prevención del suicidio (024) es un logro en este país, y está dando unos resultados magníficos después de haber atendido a miles de personas. Esto es un ejemplo de una medida social necesaria para un problema de salud pública.
—Los motivos que llevan a una persona a suicidarse son muy variados, pero, en función de su experiencia y sus pacientes, ¿cuáles son las principales causas?
—En SAMU Wellness estamos acostumbrados a tratar con personas con una patología mental y ésta es una población vulnerable al suicidio. Si bien trastorno mental y conducta suicida son dos variables que están muy relacionadas, la ideación autolítica está presente mucho más allá. La conducta suicida no implica solamente el acto de suicidarse, lo que sería la manifestación más grave. En su expresión más leve aparece una idea pasiva de acabar con lo que nos genera malestar de forma rápida e indolora. La realidad es que esta ideación pasiva es más común de lo que parece, ya que hay un porcentaje de personas que en algún momento de sus vidas tienen pensamientos o deseos suicidas que nunca llegan a materializarse. Aunque existan desencadenantes, el suicidio siempre es multicausal. Tenemos que entender al ser humano como una balanza que se compone de factores de riesgo y de protección y, siempre que los factores de protección tengan más peso que los de riesgo, el ser humano apostará por la vida. Tener redes de apoyo, vínculos significativos, estrategias de afrontamiento, gestión emocional y buena salud mental son algunos de los factores que más nos protegen frente a la conducta suicida. Cualquier persona que carezca de ellos es vulnerable a la aparición de ideación suicida.
—¿Cuáles son las principales señales de alerta?
—La realidad es que se conoce que, en un porcentaje muy alto, la persona que se suicida lo ha llegado a comunicar previamente, ya sea de manera verbal o no verbal. Entre las señales verbales más comunes destacan comentarios o verbalizaciones negativas sobre sí mismo o sobre su vida, sobre su futuro y despedidas verbales o escritas. Comentarios como “mi vida no tiene sentido“, “estoy harto de esta situación”, “las cosas no van a mejorar” o “me gustaría dejar de sufrir y no sé cómo”. Entre las señales de alarma no verbales destacan cambios repentinos de conducta, consumo de sustancias, alteración del sueño, regalar objetos muy personales, preciados y queridos, cerrar asuntos pendientes, preparar documentos para cuando uno no esté, extraña tranquilidad después de un periodo de angustia.
—¿Qué debemos y que no debemos hacer cuando detectamos algunas de estas señales en alguna persona cercana a nosotros?
—Lo primero de todo es preguntar. Muchas veces por temor a la respuesta preferimos no indagar en cómo se encuentra la persona, lo que acaba provocando que no hablemos de ello. Si detectamos que alguien en nuestro entorno pueda tener pensamientos de este tipo es mejor escuchar que buscar a toda costa qué decir. Si la persona es capaz de expresarlo, tenemos que validar lo que está compartiendo con nosotros y bajo ningún concepto juzgarlo. No existen frases milagrosas o consejos de autoayuda, ni tampoco debemos hacerle ver lo bonita que es la vida porque esa persona, en su situación, no es capaz de verla del mismo modo que tú. Acompañar a la persona, escucharla y ofrecerle un espacio para que pueda expresar sus pensamientos es primordial. Lo más importante es ofrecer nuestra ayuda y orientarla a que pida ayuda profesional.
—¿Qué tipo de trabajo se realiza en SAMU Wellness con las personas en esta situación?
—Ofrecemos un lugar seguro en el que ellos permiten dejarse ayudar y sostenerse cuando no son capaces de hacerlo por sí mismos. Evaluamos muy bien los desencadenantes que han llevado a esa persona a desarrollar la ideación autolítica o a llevarlo a cabo. Le ofrecemos las herramientas y recursos necesarios para poder trabajar con esos desencadenantes y pueda anclarse a la vida. Como eje principal, ayudamos a la persona a acabar con el sufrimiento de una manera funcional y que aprenda a pedir ayuda si vuelve a sentirse en una situación de crisis.
—¿Se trabaja también con sus familiares?
—Trabajar con la conducta suicida implica aprender a identificar las señales de alarma para poder prevenirlas, y ahí la familia tiene un papel fundamental en esto. Como forma preventiva, pedimos a la familia que reduzcan el acceso a medios letales y refuercen el vínculo que tengan con la persona para convertirse en figuras de sostén. Es muy importante enseñar a los familiares esos indicadores de riesgo suicida y qué deben hacer si su familiar se encuentra en crisis.
—¿Cómo se aborda el duelo con las familias?
—Se llama superviviente tanto a la persona que ha conseguido superar una situación de crisis suicida como a aquella que ha perdido a un familiar por suicidio. Y es que el duelo por suicidio es uno de los duelos más complicados. Tenemos interiorizado que las personas se mueren, que las personas mayores tienen más probabilidades de morir (lo que nos ayuda a vivir el duelo de forma anticipada) y, en muchas enfermedades crónicas, comprendemos que la muerte es algo inevitable. Como seres humanos entendemos que son causas que se salen de nuestro control y poco podemos hacer para evitarlo. La muerte por suicidio no tiene las mismas características y aceptar la intencionalidad autolítica de la persona es algo complejo. Además, las familias necesitan dar una explicación a la conducta del fallecido. En algunas ocasiones, la culpa les acompaña, probablemente como forma de buscar una explicación irracional a la conducta. Es común que la familia repase los últimos días del fallecido y se pregunten injustamente qué podrían haber hecho para haberlo evitado. Otras veces, aparecen emociones como la rabia o el enfado hacia la persona fallecida, pues jamás llegan a explicarse el por qué acabaron tomando esa decisión. Estas emociones pueden dificultar que se elabore el duelo de forma natural y será necesario trabajarlas con ayuda profesional.